miércoles, 21 de octubre de 2009

De un fútbol raro

El fútbol es muchísimo más que “22 tipos corriendo detrás de una pelota”, definición que el negro Dolina, con la agudeza que lo caracterizaba, ha calificado sabiamente de patética. El fútbol, al menos lo que yo entiendo por ese concepto, es, y lo afirmo casi sin ruborizarme, todo “lo demás” que lo circunda. Lejos de los resultados y de los trofeos. De allí mi planteo de que estos relatos no son sólo para futboleros, sino que intentan abordar sentimientos y emociones universales. Ir a la cancha genera ritos, amistades, códigos, olores, atardeceres únicos, paisajes urbanos. (En las charlas con algún amigo en el colectivo, yendo a la cancha, se pueden abordar temas casi filosóficos). Qué perfume francés, por más importado y oneroso que resulte, puede provocarnos la compulsión desesperada hacia los choris humeando contra el alambrado. El fútbol une clases sociales que la sociedad (o al menos una parte) se empeña en distanciar. Todos juntos por un color. Y los de enfrente, enemigos irreconciliables por 90 minutos; y lo mágico, es que después con esos bastardos nos unen un millón de sentimientos fraternales, artísticos, ideológicos y de cualquier tipo; pero durante 90 minutos somos archienemigos.
El fútbol subvierte realidades. Los poderosos de la sociedad, sin son hinchas de un club chico, pasan a ser pobres diablos ante los poderosos grandes, y en sus multitudinarias hinchadas miles y miles de integrantes seguramente vivan en villas o en barrios humildes. Pero por noventa minutos y en las cargadas de la semana, son la clase dominante.
Pero más allá de esta paradoja, el verdadero sentimiento, el que yo intento poner de manifiesto en muchos de estos relatos, está allí, en los clubes chicos, en los clubes de barrio, esos iracundos davides que domingo a domingo se las tienen que ver con los goliades, y que tantas veces, a piedrazos, derrotan.
Cuantos dinosaurios han caído en los verdes lechos domingueros, ante el silencio de muerte de la turba incrédula.
Recuerdo nítidamente una soleada tarde en la cancha de Independiente en la que un morochón, de esos que si se lo encuentra de noche, uno le entrega la billetera sin solicitud previa, hacía un vúmetro imaginario con su dedo, al ritmo de un cántico de la hinchada de San Lorenzo. Era una actitud tierna e infantil (sus ojos irradiaban una inédita dulzura), inimaginable en alguien al que en otro ámbito asociaríamos automáticamente al temor y al delito, por millones de presunciones y estereotipos que lamentablemente llevamos incorporados y que nos separan y que hacen que este mundo se haya convertido en la defensa permanente y obsesiva de nuestra seguridad.
Con este puñado de palabras y tratando de no extenderme demasiado, intento expresar torpemente algunas de las cosas que el fútbol significa para mí. Y por eso el título, porque en cada uno estos relatos pretendí hablar de ese “fútbol raro” que yo veo y que la mayoría de las veces no registra la estadística y menos aún, por supuesto, los periodistas sin magia ni tablón.


Maracho

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