Las calles de Parque Patricios retornaban suavemente a su calma habitual. La gente, anestesiada por el anodino 0 a 0 que había arrojado el esperado clásico, malgastaba la adrenalina retenida marchándose presurosa hacia sus hogares.
Mientras esperaba a Melián en la esquina de la calle Luna, la Avenida Amancio Alcorta se perdía en los inciertos destinos de sus dos rumbos. Yo trataba, de todas las maneras posibles, de disimular mi cara de hincha de San Lorenzo entre tanto quemero suelto. Melián, al que llamamos cariñosamente Painito, diminutivo de su apellido, es un hincha moderado de Huracán, o sea no es de ir a la cancha regularmente, pero su cariño por el Globo es una herencia familiar que lo enorgullece. Finalmente, cuando ya me estaba impacientando, emergió desde una de las bocas de acceso a la tribuna local y como es su costumbre a los gritos:
-Grande Huracán, si no nos afanaba el referí les ganábamos -me abrazó cariñosamente con sus brazos de muñeco de felpa.
-Che no seas boludo, no me mandés al frente que por acá son todos quemeros.
-¿Qué?, ¿Cómo? ¿Maracho le teme a la people de Huracán? Qué no se sepa: el gran Maracho, alias Johnny Mano Pesada le teme a los según él, cuatro locos piojosos de Huracán. ¡Qué barbaridad!
-Dale no jodas, Painito, que acá cobramos sueldo y aguinaldo.
Por Luna caminamos hacia la Avenida Caseros. En esa época yo estaba fascinado con el Polaco Goyeneche y cuando alcanzamos la avenida, le mostré a Painito lo que me imaginaba cuando el Polaco cantaba sobre la calle la hilera de focos, lustra el asfalto con luz mortecina. Era esa imagen la que representaba la postal de la calle Luna hundiéndose en el arrabal y acariciada dulcemente por el alumbrado público. Otra no podía ser. Painito se quedó embelesado mirando y nos envolvió una súbita melancolía porteña.
-Y sí Maracho, es la definición exacta de esta maravilla -dijo, aún recordadando remotamente el tango Garúa que contiene esos versos.
-Este barrio, es el barrio porteño más fascinante, y te lo digo yo, que soy del Ciclón.
Painito continuaba embriagado por la atmósfera de ese arrabal.
-Vamos Maracho, vamos a tomar un café a un bar de esos viejos. De esos que te gustan a vos.
Entramos a un bar de Caseros y Labardén y nos sentamos en una mesa con inmejorable panorámica de la avenida.
-Acá no digas que soy de San Lorenzo porque me achuran -le dije temiendo sus típicas humoradas. Painito es un Joker, un payaso, pero el ambiente de fútbol no entiende mucho de bromas. Y ni terminé de decírselo, que empezó con su show.
-Maaaaraaaaachooo es de Saaaannn Loren..... - y señaló mi cabeza con el dedo.
En el bar había más o menos diez personas, la mayoría tipos grandes, que al escuchar el cantito de Painito, comenzaron a mirarse entre sí, con ojos cómplices, informándose la presencia del cuerpo extraño, que lamentablemente, era yo. En voz baja le supliqué.
-No seas pelotudo, loco.
-No pasa nada, son toda gente buena -dijo en voz alta para que lo escuchen.
Un viejo que estaba apoyado en la barra abrió el fuego, el café se detuvo en mi garganta y retornó a mi boca.
-Che, por qué no vas a acomodar los changuitos al Supermercado.
Yo lo miré a Painito con odio.
-Viste boludo, acá se arma el quilombo.
-No pasa nada, quedate tranquilo.
Un pelado desde una mesa me decía no sé qué de Miele. Yo no los miraba, y observaba nervioso hacia afuera por la ventana. Painito hablaba con todos y todos juntos iniciaron un cantito:
San Lorenzo, no se diga, van a jugar un campeonato con Jumbo y Casa Tía.
Painito conducía la orquesta ampulosamente con los brazos y yo los miraba a todos presintiendo la catástrofe. Como era de esperar, la jocosidad del cantito paso a migas voladoras teledirigidas hacia mi cabeza. De repente uno con una remera verde se paró y con voz cruda dijo:
-Loco ¿qué tiene que hacer un cuervo acá? En este lugar no queremos pajarracos.
El clima se espesaba y Painito comenzó a defenderme tratando de calmar los ánimos. Pero la moción del de remera verde cosechaba nuevos adeptos a cada segundo.
-Loco paren, es mi amigo -Painito buscaba remendar el desastre que había desatado de puro fresco.
-Qué paren ni ocho cuartos. ¿Sabés como nos habrá puteado éste en la cancha? Que se vaya a acomodar changuitos con todos los cuervos piojosos a la Avenida La Plata.
No aguanté más y me levanté. Al verme de pie, todos enmudecieron como leones expectantes, saboreando a cuenta al cristiano próximo a devorar. Sentí que un espíritu me abordaba por la fuerza, y poseído por un repentino valor solté mis palabras sobre las que no tenía control:
-Pero qué les pasa, che, tanto despelote. Este barrio es tan mío como de ustedes, este barrio es de todos lo que amamos a Buenos Aires. Este clásico que vimos hoy, que todos nosotros vimos hoy con nuestros ojos, es el clásico más porteño de todos los clásicos del mundo, loco. Un San Lorenzo-Huracán es una mezcla de tango, de barrio, de un montón de cosas que son sólo nuestras. ¿Por qué no puedo estar hoy acá, en esta esquina maravillosa? Ese supermercado del que hablan, no sólo se llevó nuestras alegrías, las de los de San Lorenzo, sino que se llevó al abismo de la nada, un montón de domingos de ustedes, de domingos que habrán festejado o sufrido en esos tablones de quebracho, pero que ya no van a volver más. Vos, (me dirigí al de remera verde) vos sabés que el primer nombre de Huracán, el nombre que pensaron los visionarios que lo fundaron, fue Verde Esperanza y No Se Pierde, sí, verde como tu remera, y un tal Lichino, que tenía un librería en el barrio, cuando fueron a hacer el sello, les dijo que era un nombre muy largo para la guita que tenían y les propone el nombre de Huracán, pero sin la H.
El de remera verde me miró asombrado. Yo lo miré poseído.
-Vos sabías que Huracán, como la ciudad de Buenos Aires fue fundado dos veces, pero que se reconoce la ultima, la del 1 de noviembre de 1908 y no la del 25 de mayo de 1903, eh lo sabías? Porque para echar a alguien así, porque sí de un barrio, hay que saber algo de algunas cosas, eh. Acá, acá a dos cuadras estaban los Mataderos del Sur de la Convalecencia, este barrio se llamó barrio de las Ranas, porque estaba lleno de ranas, también barrio de las Latas.
El viejo detrás del mostrador, me escuchaba y asentía mis dichos con la cabeza. Ni yo sabía por qué sabía esas cosas, pero no me importó y retomé mi ametralladora verbal.
-En este barrio vivió Guillermo Barbieri, el guitarrista de Gardel, que compuso “preparate pa’ el domingo” y el fascinante “Barrio viejo”. ¿Alguien se anima a cantarme algún verso del tango “Mano cruel”, que compuso un tipo de acá que se llamaba Tagini? Vamos muchachos, nosotros, los que venimos de Boedo, también amamos todo esto, nos separan unas cuadras. Homero Manzi para ustedes, Cátulo Castillo para nosotros. ¿Ustedes se creen que ellos se pelearían de esta forma grosera? No, ellos exaltarían las bellezas de sus barrios en un duelo poético. El tango Sur nos une. Tenés razón, (me dirigí nuevamente al de remera verde) hoy en la cancha, nos puteamos de lo lindo, y está bien que nos putiemos, eso es el folklore de todo esto, el folklore fabuloso del fulbo, lo que hace que cada vez que nos volvemos a enfrentar, estemos como locos toda la semana, más ansiosos que una quinceañera ante su primer novio. Eso es lo que hace que el fútbol no sea como el handball. El (lo señalé a Painito) él es mi amigo y nuestra amistad se enriquece con esta rivalidad. Enriquezcamos esto tan maravilloso que tenemos en la vida. Hagamos un terreno neutral llamado Toscano Rendo o Bambino Veira, para dialogar después de los partidos. Ustedes, los más viejos, se dieron el lujo de ver a FarroPontoniMartino, a Masantonio, a Veira, a Tucho Méndez, al inglés Babington, a Telch, a Guillermo Stábile. Qué daríamos por ver hoy las repentizaciones del loco Houseman o la bicicleta del lobo Fischer, daríamos lo que no tenemos...
El bar se quedó en silencio. El viejo detrás del mostrador lagrimeaba y eso me llenó de emoción. Los demás lo miraron conmovidos. Salió de atrás del mostrador y me abrazó con cariño.
-Tenés razón pibe, tenés mucha razón. Todo eso que vos dijiste, lo decía mi viejo, así hablaba mi viejo. Para él, los de allá, los de Boedo, no eran enemigos, eran simplemente los gallegos.
Después los miró a todos y les preguntó:
-A ver, alguno sabe cuántos goles hizo Herminio Masantonio, el máximo goleador de Huracán.
Uno que estaba sentado dijo dubitativo.
-Doscientos.
El Viejo lo desaprobó con la mirada, e inmediatamente me preguntó a mí con la certeza de que yo conocía la respuesta.
-¿Cuántos pibe?
-Doscientos cincuenta y cuatro -contesté sin pensar, como si alguien me lo hubiera susurrado al oído.
-Sí señor, doscientos cincuenta y cuatro -dijo con orgullo. Pibe vo volvé cuando quieras, éste, mi bar, es también tu casa.
-Grande Maracho -dijo Painito orgulloso de la nobleza del viejo dueño del bar.
-¿Maracho te llamás? -dijo el de remera verde con asombro.
-En realidad me llamo Daniel, pero para mis amigos soy Maracho.
-Hasta igual que mi viejo te llamás -dijo el viejo todavía emocionado.
Los feroces leones devenidos en amigables gatitos, me saludaron con un “chau Maracho” impregnado de un sincero cariño. Salimos del bar y nos adentramos en las tenebrosas garras de la avenida Caseros. Painito no podía salir de su emoción.
-Los mataste, los dejaste sin aire -me dijo con sus ojos brillando entre las sombras.
-No Painito, entendieron, sólo eso, entendieron.
Mientras esperaba a Melián en la esquina de la calle Luna, la Avenida Amancio Alcorta se perdía en los inciertos destinos de sus dos rumbos. Yo trataba, de todas las maneras posibles, de disimular mi cara de hincha de San Lorenzo entre tanto quemero suelto. Melián, al que llamamos cariñosamente Painito, diminutivo de su apellido, es un hincha moderado de Huracán, o sea no es de ir a la cancha regularmente, pero su cariño por el Globo es una herencia familiar que lo enorgullece. Finalmente, cuando ya me estaba impacientando, emergió desde una de las bocas de acceso a la tribuna local y como es su costumbre a los gritos:
-Grande Huracán, si no nos afanaba el referí les ganábamos -me abrazó cariñosamente con sus brazos de muñeco de felpa.
-Che no seas boludo, no me mandés al frente que por acá son todos quemeros.
-¿Qué?, ¿Cómo? ¿Maracho le teme a la people de Huracán? Qué no se sepa: el gran Maracho, alias Johnny Mano Pesada le teme a los según él, cuatro locos piojosos de Huracán. ¡Qué barbaridad!
-Dale no jodas, Painito, que acá cobramos sueldo y aguinaldo.
Por Luna caminamos hacia la Avenida Caseros. En esa época yo estaba fascinado con el Polaco Goyeneche y cuando alcanzamos la avenida, le mostré a Painito lo que me imaginaba cuando el Polaco cantaba sobre la calle la hilera de focos, lustra el asfalto con luz mortecina. Era esa imagen la que representaba la postal de la calle Luna hundiéndose en el arrabal y acariciada dulcemente por el alumbrado público. Otra no podía ser. Painito se quedó embelesado mirando y nos envolvió una súbita melancolía porteña.
-Y sí Maracho, es la definición exacta de esta maravilla -dijo, aún recordadando remotamente el tango Garúa que contiene esos versos.
-Este barrio, es el barrio porteño más fascinante, y te lo digo yo, que soy del Ciclón.
Painito continuaba embriagado por la atmósfera de ese arrabal.
-Vamos Maracho, vamos a tomar un café a un bar de esos viejos. De esos que te gustan a vos.
Entramos a un bar de Caseros y Labardén y nos sentamos en una mesa con inmejorable panorámica de la avenida.
-Acá no digas que soy de San Lorenzo porque me achuran -le dije temiendo sus típicas humoradas. Painito es un Joker, un payaso, pero el ambiente de fútbol no entiende mucho de bromas. Y ni terminé de decírselo, que empezó con su show.
-Maaaaraaaaachooo es de Saaaannn Loren..... - y señaló mi cabeza con el dedo.
En el bar había más o menos diez personas, la mayoría tipos grandes, que al escuchar el cantito de Painito, comenzaron a mirarse entre sí, con ojos cómplices, informándose la presencia del cuerpo extraño, que lamentablemente, era yo. En voz baja le supliqué.
-No seas pelotudo, loco.
-No pasa nada, son toda gente buena -dijo en voz alta para que lo escuchen.
Un viejo que estaba apoyado en la barra abrió el fuego, el café se detuvo en mi garganta y retornó a mi boca.
-Che, por qué no vas a acomodar los changuitos al Supermercado.
Yo lo miré a Painito con odio.
-Viste boludo, acá se arma el quilombo.
-No pasa nada, quedate tranquilo.
Un pelado desde una mesa me decía no sé qué de Miele. Yo no los miraba, y observaba nervioso hacia afuera por la ventana. Painito hablaba con todos y todos juntos iniciaron un cantito:
San Lorenzo, no se diga, van a jugar un campeonato con Jumbo y Casa Tía.
Painito conducía la orquesta ampulosamente con los brazos y yo los miraba a todos presintiendo la catástrofe. Como era de esperar, la jocosidad del cantito paso a migas voladoras teledirigidas hacia mi cabeza. De repente uno con una remera verde se paró y con voz cruda dijo:
-Loco ¿qué tiene que hacer un cuervo acá? En este lugar no queremos pajarracos.
El clima se espesaba y Painito comenzó a defenderme tratando de calmar los ánimos. Pero la moción del de remera verde cosechaba nuevos adeptos a cada segundo.
-Loco paren, es mi amigo -Painito buscaba remendar el desastre que había desatado de puro fresco.
-Qué paren ni ocho cuartos. ¿Sabés como nos habrá puteado éste en la cancha? Que se vaya a acomodar changuitos con todos los cuervos piojosos a la Avenida La Plata.
No aguanté más y me levanté. Al verme de pie, todos enmudecieron como leones expectantes, saboreando a cuenta al cristiano próximo a devorar. Sentí que un espíritu me abordaba por la fuerza, y poseído por un repentino valor solté mis palabras sobre las que no tenía control:
-Pero qué les pasa, che, tanto despelote. Este barrio es tan mío como de ustedes, este barrio es de todos lo que amamos a Buenos Aires. Este clásico que vimos hoy, que todos nosotros vimos hoy con nuestros ojos, es el clásico más porteño de todos los clásicos del mundo, loco. Un San Lorenzo-Huracán es una mezcla de tango, de barrio, de un montón de cosas que son sólo nuestras. ¿Por qué no puedo estar hoy acá, en esta esquina maravillosa? Ese supermercado del que hablan, no sólo se llevó nuestras alegrías, las de los de San Lorenzo, sino que se llevó al abismo de la nada, un montón de domingos de ustedes, de domingos que habrán festejado o sufrido en esos tablones de quebracho, pero que ya no van a volver más. Vos, (me dirigí al de remera verde) vos sabés que el primer nombre de Huracán, el nombre que pensaron los visionarios que lo fundaron, fue Verde Esperanza y No Se Pierde, sí, verde como tu remera, y un tal Lichino, que tenía un librería en el barrio, cuando fueron a hacer el sello, les dijo que era un nombre muy largo para la guita que tenían y les propone el nombre de Huracán, pero sin la H.
El de remera verde me miró asombrado. Yo lo miré poseído.
-Vos sabías que Huracán, como la ciudad de Buenos Aires fue fundado dos veces, pero que se reconoce la ultima, la del 1 de noviembre de 1908 y no la del 25 de mayo de 1903, eh lo sabías? Porque para echar a alguien así, porque sí de un barrio, hay que saber algo de algunas cosas, eh. Acá, acá a dos cuadras estaban los Mataderos del Sur de la Convalecencia, este barrio se llamó barrio de las Ranas, porque estaba lleno de ranas, también barrio de las Latas.
El viejo detrás del mostrador, me escuchaba y asentía mis dichos con la cabeza. Ni yo sabía por qué sabía esas cosas, pero no me importó y retomé mi ametralladora verbal.
-En este barrio vivió Guillermo Barbieri, el guitarrista de Gardel, que compuso “preparate pa’ el domingo” y el fascinante “Barrio viejo”. ¿Alguien se anima a cantarme algún verso del tango “Mano cruel”, que compuso un tipo de acá que se llamaba Tagini? Vamos muchachos, nosotros, los que venimos de Boedo, también amamos todo esto, nos separan unas cuadras. Homero Manzi para ustedes, Cátulo Castillo para nosotros. ¿Ustedes se creen que ellos se pelearían de esta forma grosera? No, ellos exaltarían las bellezas de sus barrios en un duelo poético. El tango Sur nos une. Tenés razón, (me dirigí nuevamente al de remera verde) hoy en la cancha, nos puteamos de lo lindo, y está bien que nos putiemos, eso es el folklore de todo esto, el folklore fabuloso del fulbo, lo que hace que cada vez que nos volvemos a enfrentar, estemos como locos toda la semana, más ansiosos que una quinceañera ante su primer novio. Eso es lo que hace que el fútbol no sea como el handball. El (lo señalé a Painito) él es mi amigo y nuestra amistad se enriquece con esta rivalidad. Enriquezcamos esto tan maravilloso que tenemos en la vida. Hagamos un terreno neutral llamado Toscano Rendo o Bambino Veira, para dialogar después de los partidos. Ustedes, los más viejos, se dieron el lujo de ver a FarroPontoniMartino, a Masantonio, a Veira, a Tucho Méndez, al inglés Babington, a Telch, a Guillermo Stábile. Qué daríamos por ver hoy las repentizaciones del loco Houseman o la bicicleta del lobo Fischer, daríamos lo que no tenemos...
El bar se quedó en silencio. El viejo detrás del mostrador lagrimeaba y eso me llenó de emoción. Los demás lo miraron conmovidos. Salió de atrás del mostrador y me abrazó con cariño.
-Tenés razón pibe, tenés mucha razón. Todo eso que vos dijiste, lo decía mi viejo, así hablaba mi viejo. Para él, los de allá, los de Boedo, no eran enemigos, eran simplemente los gallegos.
Después los miró a todos y les preguntó:
-A ver, alguno sabe cuántos goles hizo Herminio Masantonio, el máximo goleador de Huracán.
Uno que estaba sentado dijo dubitativo.
-Doscientos.
El Viejo lo desaprobó con la mirada, e inmediatamente me preguntó a mí con la certeza de que yo conocía la respuesta.
-¿Cuántos pibe?
-Doscientos cincuenta y cuatro -contesté sin pensar, como si alguien me lo hubiera susurrado al oído.
-Sí señor, doscientos cincuenta y cuatro -dijo con orgullo. Pibe vo volvé cuando quieras, éste, mi bar, es también tu casa.
-Grande Maracho -dijo Painito orgulloso de la nobleza del viejo dueño del bar.
-¿Maracho te llamás? -dijo el de remera verde con asombro.
-En realidad me llamo Daniel, pero para mis amigos soy Maracho.
-Hasta igual que mi viejo te llamás -dijo el viejo todavía emocionado.
Los feroces leones devenidos en amigables gatitos, me saludaron con un “chau Maracho” impregnado de un sincero cariño. Salimos del bar y nos adentramos en las tenebrosas garras de la avenida Caseros. Painito no podía salir de su emoción.
-Los mataste, los dejaste sin aire -me dijo con sus ojos brillando entre las sombras.
-No Painito, entendieron, sólo eso, entendieron.
Maracho
Dedicado a mi amigo Melian Paino
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